martes, 24 de junio de 2008

EXPERIENCIAS MEDITATIVAS INICIALES

Una de las primeras evidencias con las que el meditador incipiente se encuentra
es que existe en su actividad intelectual, básicamente mediada por el raciocinio,
una gran cantidad de actividad espúrea y aberrante compuesta por aleatorios
pensamientos concientes o inconscientes los cuales influyen notablemente nuestra actividad
durante la vigilia fuera de la meditación.
Este “Parloteo mental” es como un filtro mediante el cual vemos al mundo y, especialmente durante las actividades
cotidianas, influyen notablemente el
modo en que nos sentimos llegando incluso a identificarnos con ese parloteo.

Uno de los conceptos básicos que la meditación echará por tierra es la identificación que poseemos con nuestra actividad mental e intelectual. De hecho, creemos que aquello que nos caracteriza y define como seres humanos en nuestra mente.
En la meditación, sin embargo, llegamos a la experiencia cognoscitiva de que si podemos observar a esos elementos como en una pantalla no somos nosotros mismos esos elementos sino algo distinto de ellos. Somos un testigo de los mismos. Ya no podremos identificarnos con nuestra mente pues llegaremos a la evidencia contundente de que somos aquél que ve los procesos mentales y que no somos, por ende, la mente misma.

Estas experiencias meditativas iniciales se caracterizan por permitirnos estar “como en el cine mirando una película”.
La película que miramos asombrados esta compuesta por la gran cantidad de contenidos mentales que van y vienen y que de desplazan de aquí para allá sin rumbo ni sentido aparente.
El testigo que mira esa película, el cual somos nosotros mismos, se des identifica de todos esos elementos mentales sabiendo que él no es ellos. Esto implica un gran avance cognoscitivo de la conciencia pues dejamos de cargar con elementos que creíamos que eran necesarios para nosotros.
Así llegamos a la comprensión de que existe en nuestro ser un núcleo esencial, un testigo de todo lo que pasa pero que no es todo lo que pasa, donde encontramos paz, plenitud y descanso.
Por primera vez en nuestras vidas encontramos, tal vez, un verdadero refugio seguro y permanente donde descansar y contemplar, es decir, donde llevar a cabo las actividades esencialmente espirituales del ser humano. Y, vaya paradoja, este refugio se encuentra en nuestro interior y no hay que pagar tarifa cinco estrellas para acceder a el. Habiendo trascendido la estructura mental con la cual nos hallábamos identificados, la meditación nos abre de par en par las puertas para acceder al conocimiento de quién somos verdaderamente.
En esta dimensión inicial de la meditación comenzamos a descubrir que no somos quienes creíamos que éramos cuando nos identificábamos con los contenidos y el parloteo mental sino que somos algo mas profundo, esencial, permanente y perfecto que eso. ¡Que buena noticia!
Empezamos, por primera vez en nuestra vida, a descubrir la grandeza que duerme dentro nuestro y lo extraordinario y perfecto que es el ser humano.
El conocimiento experiencial de este tipo de hechos no puede más que llenarnos de paz y felicidad, además de ofrecernos un espectro más amplio del conocimiento de la concepción lo que es el ser humano, su sentido y el del mismo universo.
En muchas tradiciones filosóficas a toda esa actividad mental espúrea con la que nos identificábamos antes de tener esta experiencia meditativa se la denomina Ego. Si lo tomamos en este sentido, con estas experiencias meditativas el ego comprendido de esta forma comienza a morir hasta desaparecer. Y esto es una buena noticia pues lo que muere es la ilusión
de que nosotros éramos solamente eso.
Ahora hemos descubierto no solo que no somos eso sino que empezamos a vislumbrar que somos algo mucho más grandioso de lo que jamás nos hubiéramos imaginado.

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